viernes, 20 de abril de 2007

Rendidos al mercado


¿Por qué no ejercemos de forma racional nuestra principal libertad como consumidores ? Elegir dónde compramos

¿Por qué nos quejamos del comportamiento de las multinacionales si somos nosotros con nuestras compras los que les proporcionamos desorbitados beneficios, sabiendo de antemano cuáles son las prioridades de sus directivos?

¿Por qué los políticos capitulan y rinden pleitesía ante estas corporaciones por el "bien general"?

¿No contribuye el sistema político actual a esta deriva del Estado de Derecho? ¿Hay que repensar la Democracia y el papel de los partidos políticos en el sistema?

¿Podemos hacer algo para cambiar este estado de cosas? ¿Es posible el establecimiento de otra estructura de relaciones económicas y sociales?



La concentración del poder económico y/o político en pocas manos, ha sido a lo largo de la historia el principal enemigo del desarrollo de los pueblos y el verdugo de sus libertades. Podríamos citar numerosos ejemplos para constatar esta afirmación.

Mientras percibimos que los modernos medios de comunicación de masas nos podrían proporcionar el cauce adecuado para la conformación de una opinión pública informada, y por tanto libre; se da la paradoja de que vivimos en nuestra época, como en ninguna otra, bajo la implacable amenaza de la tiranía desde múltiples frentes. Asistimos cada día impávidos a la instrumentalización de estos medios para oscuros fines de carácter político y económico. Aunque desde el ordenamiento jurídico se nos asegura que tienen un carácter social y de servicio público.

Ni el mismísimo Goebbels pudo soñar con tener en sus manos instrumentos tan formidables. Nunca ántes las sociedades que aspiran a ser libres, estuvieron sometidas a un nivel de coacción tan elevado.

En el terreno político, esta realidad se presenta a un ciudadano desprotegido ante la mentira y la insidia, la propaganda y el marketing. Esa desprotección es absoluta porque abarca desde la imposibilidad de denunciar con éxito tales campañas; hasta la falta de criterio para discernir lo cierto de lo falso, debido sobre todo a un sistema educativo acrítico y a una generalizada sensación de hartazgo de todo lo que tiene que ver con política. Esta línea argumental será desarrollada en un artículo posterior.

Desde el punto de vista económico, todo es mucho más sutil. Nos convierten a través de nuestras elecciones "libres" en el mercado, en engranajes necesarios de la gran máquina CAPITALISMO. Entierran la racionalidad de los individuos a través de multitud de estímulos como el marketing y la propaganda. Y modifican las decisiones individuales y colectivas para la consecución de un mayor beneficio económico a través del abuso del poder tanto en el plano jurídico (modificando leyes y obteniendo prevendas, subvenciones, etc...), como en el mercado a través del abuso de posición dominante y la explotación de economías de monopolio o pseudo-monopolio.

La derecha pregona los "milagros" que realiza un sistema de libre mercado, aunque casi siempre entiende la palabra libertad a su manera, pues pone en manos de amiguetes las grandes corporaciones pertenecientes al estado después de ser privatizadas. Se preocupa poco por establecer un marco jurídico que garantice la igualdad de concurrencia en el mercado y que evite los monopolios que tanto perjudican al consumidor.

Desde la izquierda se ataca al mercado como si se tratara de la encarnación del mal. Como si fuera perjudicial por sí mismo. Pero la alternativa que plantean, más intervención estatal, lejos de solucionar los problemas, los empeora en la mayoría de los casos. La libertad que preconizan en el terreno moral, se diluye y se transforma en un dirigismo absoluto cuando se acercan al terreno de la economía. Viven encerrados en esta paradoja, a la que no encuentran solución.

Ante este panorama, ¿qué puede hacer un individuo para intentar reconducir la situación?

El único poder que tiene un individuo en el sistema actual tal como está montado es el de su consumo, ya que las sociedades en lugar de tener ciudadanos, nos reducen a la mínima expresión de consumidores. Si esa es nuestra arma deberemos utilizarla con inteligencia y audacia, y no rendirnos de entrada bajo multitud de excusas quejándonos de que nosotros sólos no podemos hacer nada. Como nosotros, cientos de miles, millones, de otros ciudadanos repiten el acto de su propia rendición ante los poderes que monopolizan la economía y la política en nuestras sociedades. Si comenzaramos a ejercer nuestros limitados "derechos", aunque fueramos muy pocos, podríamos atacar a la raíz de los monopolios establecidos y minar sus bases, haciendo temblar toda la estructura que los sustenta. Bastaría con dejar de hacer lo que ellos de antemano suponen que vamos a acabar haciendo, comprarles sus productos.

(continuará...)

DELPHI el mar no cesa


Mucho se ha escrito esto días y se seguirá escribiendo sobre el cierre de la planta de DELPHI en Puerto Real(Cádiz).

Vayan por delante mi solidaridad con los trabajadores de DELPHI, y mi demanda a las instituciones (de cualquier nivel) de soluciones para la penosa situación que el cierre de esta empresa acarreará a todas las familias de los trabajadores. Y pido el auxilio de las instituciones porque a mi entender ellas son las principales responsables de la situación que ahora vivimos.

DELPHI tiene una relativa importancia en el escenario industrial de la Bahía de Cádiz empleando a 1.600 personas, de los 54.000 trabajadores industriales que existen en toda la provincia. Pero su caso es particularmente sensible ya que Cádiz sufre uno de los índices de desempleo más altos de la UE15, el 13,8%(aunque a principios de los noventa llegó a tener un 26% de paro); y la comarca, con unos 700.000 habitantes distribuidos en 13 municipios, ha sido castigada por las sucesivas reconversiones navales de Navantia(antiguos Astilleros) que de emplear a más de 12.000 trabajadores a finales de los 70, ocupa apenas a 2.500; Dragados, Altadis y seguramente en el futuro EADS, son otros casos de crisis industriales que destruyen empleos y acaban con la paciencia de sus gentes.

Estamos una vez más ante los efectos devastadores que las "deslocalizaciones" provocan en tejidos industriales poco desarrollados como el nuestro (y cuando digo nuestro me refiero a Andalucía). Pero todo esto no es más que la crónica mil veces repetida del suceso, el relato y descripción de los síntomas de una enfermedad larga que no acaba de curarse. Pero lo importante es el diagnóstico, el análisis de qué ha podido fallar.

Es muy fácil y efectivo apuntar a la empresa y al despiadado capitalismo(se ha hecho desde instituciones públicas, partidos políticos, sindicatos, etc) como los principales responsables. Sin duda que tienen una gran parte de culpa y que deberían cumplir con la ley, pero esa culpa no debería encubrir otras que de cara al ciudadano de un país democrático y moderno, son incluso más importantes. Porque al fin y al cabo el resto de ciudadanos no podemos exigir a DELPHI nada, más que el ya enunciado cumplimiento escrupuloso de la legislación en materia laboral y concursal.

Sin embargo, las instituciones públicas tienen una grave deuda contraída con la ciudadanía a la que tienen la obligación de explicar en concepto de qué se concedieron las multimillonarias subvenciones a esa compañía. ¿Qué propósito tenía esa "lluvia" de millones de euros? No es difícil de adivinar.

En ausencia total de un plan industrial para la zona, se dedicaron a fomentar un "espejismo", hicieron creer a todas esas familias que ahora se ven engañadas y traicionadas, que había un futuro viable para una industria auxiliar del automóvil en este alejado rincón del sur de Europa. Y además de alejado, olvidado, porque aún hoy sigue necesitado de infraestructuras de transporte, comerciales y tecnológicas capaces de dar soporte a una actividad económica importante. Y para conseguir mantener la empresa en esa zona, nada mejor que el dulce baño de millones que estuvieron proporcionándoles durante años.

Por tanto, los ciudadanos estamos doblemente defraudados. Por una parte en nuestros anhelos de que se mantuvieran esos empleos y por otra en nuestros bolsillos, porque una importante parte de nuestros impuestos acaba en manos de desaprensivos gracias a la política del clientelismo y la subvención indiscriminada.

Creer que DELPHI no se iría, es como creer que el mar se parará algún día. La realidad es que el mar no cesa y que las leyes del mercado son inexorables. Países con menores salarios y protección social, y con una cualificación de la mano de obra similar a la nuestra, irán progresivamente acogiendo las distintas factorías de las multinacionales que acudirán al reclamo de un mayor margen de beneficios. ¿Quién puede oponerse a esto sin caer en la hipocresía o en vagos planteamientos irreales? Lo peor de todo es que no podemos seguir diciendo a nuestra gente que somos de primera y que Andalucía es imparable. Para decirles esto deberíamos proporcionar una educación también de primera, formación profesional de calidad y promover e incentivar actividades en áreas de alto valor añadido, en las que los países emergentes tienen más dificultades en competir.

Si el dinero que gastaron nuestros "administradores" en "convencer" a esos directivos de las excelencias de Puerto Real para sus propósitos industriales, lo hubieran gastado en crear las necesarias infraestructuras; quizá hoy no estaríamos hablando de este cierre como el apocalípsis para la zona, ya que otras muchas pequeñas y medianas empresas aprovechando las potencialidades locales y los recursos existentes gozarían de un fenomenal trampolín para sus actividades creando durante estos años centenares por no decir miles de nuevos puestos de trabajo que hoy no existen.

De nuevo la historia se repite, y los fariseos (léase ministros, consejeros, presidentes autonómicos, etc...) se rasgan las vestiduras, cuando han sido ellos mismos los culpables por activa y por pasiva, de la situación.

Mientras, los ciudadanos seguimos sufriendo a esta pandilla de vendedores de humo, de trileros, de diestros tahúres que una vez más pretenden lavar sus miserias y errores con las lágrimas y el sudor de la gente de bien, trabajadores. Pretenden que sigamos creyéndoles, que sigamos callando y que al final sigamos votándoles.